¿Qué uruguayo no recuerda el nombre de sus maestras o maestros?
Es significativo que -tratándose de etapas tan tempranas de la vida de las personas, y siendo la memoria selectiva- las imágenes y los nombres de nuestras maestras y maestros queden marcados como una huella indeleble que acompaña nuestro entero itinerario existencial.
Las primeras bases de nuestro conocimiento, la formación de nuestros valores, la manera sana y constructiva de dirimir nuestros pleitos y controversias, luego de nuestra familia, proviene de nuestras maestras y maestros. Y no pocas veces ocupan un primerísimo lugar, cuando, por razones diversas, la familia no ha podido cumplir ese rol, o peor aún, lo ha cumplido negativamente.
Esto no es, por cierto, una particularidad uruguaya. Por el contrario, en forma muy universal se reitera esa función decisiva del magisterio, sean cuales sean las modalidades y denominaciones que éste adquiera en diversas naciones y culturas, a lo largo de la historia.
Lo que sí constituye una singularidad uruguaya, una de nuestras más características y bellas peculiaridades, es el carácter vertebrador que nuestro Magisterio ocupa en la conformación e integración misma del país y en la definición de su identidad.
Aquella nación joven, forjada entonces en tiempos recientes, luego de la gesta independentista, era todavía la “tierra purpúrea” que había visualizado W.H. Hudson. Ese color provenía de la sangre derramada, que teñia, por doquier y en forma permanente, el suelo patrio y era consecuencia de discordias y enfrentamientos armados, que convulsionaban al nuevo país de manera incesante. Es sobre esa realidad que decide actuar José Pedro Varela, y decide hacerlo impulsando la educación, con toda su confianza puesta en que será ésta, la que permita superar tan graves dificultades y labrar un futuro de paz, trabajo y prosperidad.
“Para establecer la República, primero, formar los republicanos”, decía Varela con preclara lucidez.
Esa es, tal vez, la consigna más efectiva y constructiva que registra nuestra historia, la que de forma más determinante ha obtenido resultados ciertos y perdurables y ha moldeado con nitidez nuestra identidad
Ella nos da la clave para enfrentar el reto que tenemos hoy por delante: el Uruguay del mañana será principalmente el resultado de lo que hoy, nuestras maestras y maestros, estén formando en el aula. Esa es la importancia estratégica, la centralidad, la prioridad, de la educación.
Todo, la libertad, la democracia, el respeto, la tolerancia, los buenos modales, el vínculo sano con el otro, la convivencia pacífica, las prácticas solidarias y el compromiso comunitario, el conocimiento, el pensamiento crítico, en suma todo cuanto importa a la hora de formar seres libres, responsables, con derecho a la felicidad, en una medida muy grande, lo depositamos en las manos de nuestras maestras y maestros.
¿Cómo hacerles sentir que no están solos? ¿Cómo trasmitirles que hay un país entero que les valora, respalda y acompaña? Porque es obvio que no alcanza con confiarles una misión tan trascendente y encomendarles tan alta responsabilidad, para dar luego la espalda y desentenderse de tamaña tarea. Por el contrario, ningún otro emprendimiento debe ser tan apoyado y sostenido por la comunidad entera, por el Uruguay todo: Estado y sociedad en un esfuerzo mancomunado para proteger y fortalecer a nuestro Magisterio, nuestra primera línea de fuego a la hora de labrar el porvenir.